El Sporting sacó adelante su match ball ante el Granada en siete minutos. Unos 420 segundos que pueden valer la salvación para los asturianos y el descenso de los andaluces. Hasta la primera hora de juego los de Alcaraz sonreían y en las gradas del Molinón un aficionada sufría, se desgañitaba y preveía la debacle de los suyos, hasta que llegó el gol de Traoré, y el de Babín, y el de Carmona… El Molinón se volvía loco. Ver para creer. Así de breve, así de claro, así de crudo.
Una reacción que no se perdieron las cámaras de El Día Después. Con el empate de Traoré ella respiraba y los guajes se transformaron en un vendaval, una oleada que terminó por destrozar a los de Alcaraz, absolutamente superados por las circunstancias del partido. Marcó Babin, y se relajó, también Carmona, y sonrió, y la sensación era de que podía hacerlo cualquiera que pasara por allí, incluso la protagonista de esta historia. Era un partido a vida o muerte y sólo podía ganar uno. Y ese fue el Sporting. Qué siete minutos…