Era media mañana en Sevilla y ya apretaba la caló — porque en Sevilla lo que aprieta es la caló y no el calor — de un agosto al que ya le quedaba poco. Sonó el teléfono, miró la pantalla y ahí estaba. Aparecía reflejado en ella el nombre de la persona que hacía esa llamada cada mañana de los días de partido, esa llamada que nunca fallaba y ese día, evidentemente, volvió a producirse: «Quillo, ¿a qué hora nos vemos?» Y todo empezó a ser como antes.
Todo parecía volver a la normalidad ese 20 de agosto de 2021. El grupo de WhatsApp de la Peña volvía a echar humo entre mensajes de alegría, horas de quedadas, quinielas que siempre daban la victoria a los nuestros, conversaciones atropelladas… se podía casi tocar el sentimiento de euforia que emanaba de los móviles al saber que en pocas horas se volverían a dar esos abrazos que tanto echamos de menos, se volverían a fundir las rayas verdiblancas de una camiseta con otra, volverían a sonar los «clin» de los vasos brindando. «Donde siempre, en la placita nos vemos», se leía en uno de esos mensajes que citaba al resto en el lugar que conocían como la palma de su mano. «Yo estaré por allí sobre las siete de la tarde», aclaraba otro miembro de la peña en el grupo. Los béticos volvían al Villamarín.
Esta situación y esos sentimientos los vivieron y sintieron cada uno de los béticos aquel día de agosto cuando las puertas del templo de La Palmera volvieron a abrir. Esa persona a la que le gustaba ir solo al fútbol y pasear alrededor del estadio para embriagarse con el ambiente que se respira en la previa del partido. Esa pareja que prácticamente comparten asiento en el estadio porque se funden el uno con el otro y se sacaron el carné del Betis juntos desde que empezaron a conocerse hace más de veinticinco años, y todavía hoy siguen viendo los partidos agarrados de la mano y apretándose el uno al otro en cada ocasión de gol. Ese nieto que se despierta bien temprano los días de partido, aunque se juegue por la noche y todavía le queden horas por empezar, y llama al abuelo para que lo recoja pronto y lo lleve al Villamarín agarrado de su mano como siempre hacía desde que ese niño empezó a andar. Esa familia que, como un ritual, sacan sus camisetas y bufandas del cajón o las descuelgan del cabecero de la cama para enfundárselas, salir a la calle a comer juntos y esperar a que dé la hora para encaminarse al estadio. Y en la mente y en el corazón de todos, la convicción de saber lo que hubiera disfrutado ese día la persona que ya no tenemos al lado pero que también volvió al Benito Villamarín aquel 20 de agosto para sentarse en ese anillo especial del estadio y animar con su luz al Real Betis, a su Real Betis. Todos y cada uno de ellos lo vivieron y lo sintieron.
La pandemia iba quedando atrás y las restricciones aflojando, la gente recuperaba sus vidas poco a poco y el fútbol y su equipo eran y son partes importantes de esas vidas.
El Villamarín volvía a acoger público, con aforo todavía limitado, pero ya se parecía mucho a aquellos días de Betis en los que no sabíamos qué era el COVID. Para los béticos, los días de partido no empiezan con el pitido inicial del árbitro, qué va, empiezan desde mucho antes, ya por la mañana temprano miramos las posibles alineaciones, las noticias de última hora del equipo o escribimos mensajes a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestros hermanos o a nuestros amigos diciéndoles «a ver qué hacemos hoy».
Las puertas del estadio abren aproximadamente una hora antes del partido, pero las puertas del Villamarín que cada uno de los béticos lleva dentro nunca cierran, por eso el partido para los béticos dura más de noventa minutos, dura casi veinticuatro horas y a veces más.
Pues ese día, el 20 de agosto, le devolvió al bético lo que el virus le había quitado durante tanto tiempo. Esas previas interminables o esos abrazos de alegría cuando te reencuentras con tus «amigos del Betis», porque hay que dejar una cosa clara, tenemos los amigos de siempre y también están los amigos del Betis, que a veces son los mismos, pero otras muchas veces no es así. Esos amigos, los del Betis, acaban desplazando, en muchas ocasiones, a los de siempre y ya no sabes si los amigos del Betis en realidad fueron los de siempre. Aquel día todo empezó a ser como antes, aquel día el bético volvió a su casa.
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