Es posible que ocurriera hace cerca de treinta años. Fue en una pequeña y antigua sala de Prensa del Vicente Calderón. Luis Aragonés entró a su manera, serio y cigarrillo en mano, me miró fijamente, y sin esperar a preguntas espetó: “Chaval… ¿No tenía usted otra chaqueta que ponerse?”
Quien hoy está curado de espantos y desplantes de entrenadores, era por aquel entonces un becario pipiolo, enviado especial al Manzanares a una previa del Atleti, siendo conocedor del mal colmillo del entrenador, pero no suficientemente informado de su fobia al gafe que sentía por el color amarillo. Y mi impecable cazadora ‘look Miami’ consiguió que aquel día servidor entablara un estrecho conocimiento de quien era el ‘Sabio de Hortaleza’. La anécdota fue el principio de una larga vida profesional paralela a la de Luis Aragonés, en la que le fui testigo de todos sus registros: feliz, enfadado, pensativo, tensionado, relajado y siempre un paso por delante del resto del mundo del fútbol.
Yo jugué con Luis Aragonés
La peña de Luis Aragonés en Hortaleza alberga en sus muros una historia cuanto menos poética. El edificio en el que se encuentra, fue en su día construido con los ladrillos que Luis Aragonés transportó con sus propias manos, cuando aquello todavía era un pueblo y en el tiempo en el que Luis comenzaba su carrera como jugador. Aquel año que el joven Luis fabricó y cargó en carretilla los materiales para levantar el inmueble, nunca imaginó que 50 años después acogería una entidad creada en su honor.
Florencio, amigo desde la infancia de Luis y compañero de pupitre durante toda su etapa escolar, ha sido el encargado de dar luz a esta curiosa historia y mostrar la cara más personal del que ha sido un emblema para el fútbol nacional e internacional… Leer artículo completo
El ‘Sabio’ era genio y talento en su profesión y en la vida. Hablaba no muy alto, miraba como de reojo, escrutaba su alrededor, se rascaba la barbilla cuando pensaba y sólo levantaba la voz cuando no admitía réplica. Era rojiblanco de piel, español de tuétano, enfermo del balón, gran contador de historias. Luis lanzaba sentencias cuando hablaba de fútbol: con una pizca de picardía del madrileño nacido en Hortaleza, con el acento resabiado de quien está de vuelta y con un natural liderazgo que fue su sello no sólo como futbolista, sino sobre todo como entrenador y brillante seleccionador nacional.
Por resumir lo que sería un libro, quien firma esta semblanza vio a Luis coger de la solapa a Jesús Gil en un despacho del Calderón, también reír como un crío en más de una tertulia de periodistas, sufrir y disfrutar como entrenador del Atlético, ser acusado de no sé cuántas cosas por muchos ignorantes por hablar con claridad y expresividad, desconcertar al personal con su renombrado amigo sexador de pollos, inventar la expresión “preparación física de base” para justificar que España no podía apostar por la furia sino por el toque, sacar a nada menos que Raúl González Blanco de la Selección por indisciplina y, naturalmente, Luis será recordado por llevar a España a la gloria europea en 2008, con un discurso motivador que pasará a los anales del fútbol.
Todo esto, lo bueno y lo menos bueno de su vida, le convirtieron en único y querido. Se ganó el aprecio general y el aplauso más emotivo cuando Vicente del Bosque le invitó a levantarse de la silla en el Teatro Campoamor para recibir conjuntamente el Príncipe de Asturias por los títulos ganados con la Selección. Aquella imagen, aquel reconocimiento fuera de protocolo selló con brillantez una trayectoria distinguida, la de un hombre que salió de Hortaleza buscándose la vida detrás de un balón y con el paso del tiempo sentó cátedra en el fútbol español.
El recuerdo de Luis estremece sólo con pronunciar su nombre. Por eso son un tesoro las imágenes que conserva Florencio en su restaurante de Hortaleza. Fotografías de tiempos duros, de campos de fútbol de tierra, de luchar de sol a sol para salir de la miseria, de sueños difíciles en una España tercermundista. Allí está el Zapatones, con sus compañeros de barrio, alineado para jugar, o en pandilla, con tupé y cara de ‘listo’ (su adjetivo preferido para siempre cuando alguien le entraba por el ojo derecho).
Los ‘luisólogos’, que son muchos y orgullosos de serlo, tienen una visita obligada a la Peña Luis Aragonés en la sede/santuario que regenta Florencio. Allí, acudiendo a sus orígenes, a su cuna, al punto cero del que partió un genio del balón, se puede entender mucho mejor la vida y la obra de quien cambió el concepto del fútbol de España. Fue un Sabio.